Dentro de la narrativa cada vez más esquematizada de nuestros días, y cuando los modelos impuestos por las editoriales comerciales parecen desplazar e ignorar otras posibilidades o formas de escritura, sólo desde la periferia y desde otros espacios de iniciativa personal, puede surgir todavía algo valioso y distinto.
Nana Rodríguez es una poeta, escritora y docente universitaria de Tunja, destacada ya desde hace unos años en el ámbito de la minificción colombiana e hispanoamericana, estudiosa del cuento corto y de las nuevas tendencias que el género presenta. Por eso la aparición de esta novela corta, “Juanantonio”, bajo el sello de Ediciones Exilio, no es una sorpresa aunque sí una grata confirmación de maestría en su oficio.
Intensa y profunda en su planteamiento, sencilla y sobria en su lenguaje pero eficaz y hermosa en la forma de presentar la historia, esta novela se sirve precisamente de la experiencia que en el manejo de los recursos y las estrategias formales del cuento y la minificción posee su autora para hacer que el personaje alcance su dimensión mejor y que la obra en sí, cumpla de paso, su objetivo estético pleno.
A veces en primera persona, a veces omnisciente, la voz narrativa va saltando, página a página, capítulo a capítulo, entre los diversos tiempos, momentos, recuerdos y vivencias fragmentadas de Juanantonio que en el corto tiempo de su vida, sin embargo, logra liberarse de los tabúes y presiones que por cuenta de su homosexualidad afronta en un entorno conservador, pacato e hipócrita. Se entremezclan las voces de la madre, de los amigos y la del mismo Juanantonio en un flujo narrativo ágil y sin duda, poético:
Como en otras ocasiones, pasó allí la noche, dándole gusto al deseo, a la lubricidad de la especie, gozando un cuerpo igual al suyo, con los mismos sudores, las mismas concavidades e idénticos relieves. Disfrutando ese olor a hombre, como Tiresias, a veces un sol fulgurante de rayo erguido, luego, tras voltear la espalda, como la luna blanca y gimiente, generosa.
Después del goce venía el dedo acusador de la infancia, los rayos, las centellas, la ira divina, las lágrimas del ángel de la guarda: Sodoma en llamas (…) –P. 22.
En Colombia aún es relativamente escasa la narrativa que se ocupa de la homosexualidad, con hitos sin embargo importantes, como Jaime Manrique Ardila en “El cadáver de papá”; Félix Ángel con “Te quiero mucho, poquito, nada”; Gustavo Álvarez Gardeazábal en “El Divino”; Fernando Molano con “Un beso de Dick”; Fernando Vallejo en “La Virgen de los sicarios”; Alonso Sánchez B. con “Al diablo la maldita primavera”; Efraím Medina Reyes con “Técnicas de masturbación entre Batman y Robin” y otros pocos. En tal sentido es aún original y valioso el aporte que Nana Rodríguez realiza con esta obra, donde sin falsos pudores, pero sin caer en el facilismo efectista o el pretensioso “realismo sucio” mal entendido, tan de moda, logra devolverle al tema y al personaje en sí la dignidad conmovedora que es la que finalmente importa, tanto literaria como éticamente.
Es una bella novela experimental además, una “novela sincopada” según la define Lauro Zavala*, en la que las “unidades narrativas (tienen) nostalgia de totalidad” y pueden ser leídas casi de manera independiente, como fragmentos en sí mismos muy cercanos al poema en prosa:
En medio de los visitantes al museo, yo solo tenía ojos para David. Empecé por su rostro magnífico, la nariz perfecta, la expresión varonil del hijo de algún dios. Luego seguí con su cuello macizo, esa fruta en medio de la garganta, tan natural, tan sensual, me conmovió hasta lo más hondo; seguí mi viaje de pupila por su pecho y sus hombros. Los brazos como cascadas en reposo. El sexo espléndido, en el umbral de la erección, le dio un brillo especial a mi mirada; y de pronto, por la abertura de los muslos, mis ojos cambian de lente y enfoco frente a mí unos ojos verdes mirándome, extasiados, un rostro bellísimo, iluminado por un cabello ondulado. Fue como si la estatua que antes contemplaba se hubiera animado, como si Donatello, conocedor de la belleza masculina, me hubiera concedido el milagro de su proximidad. -P. 64.
En algún momento, hacia el final del libro, el personaje parece tomar conciencia de su configuración textual y el destino que entonces devendrá para él. Como lectores no podemos más que compartir y solidarizarnos con ese instante de incertidumbre:
Tengo incertidumbre de esta sustancia que soy. Qué rostro me dará la imagen del libro en el que me convertiré, qué colores le pondrán a mi portada, qué extensión tendré, bajo qué cánones me denominarán, cuántos rechazos y críticas tendré que soportar, qué papel servirá de espacio para mi existencia, quiénes pasearán sus ojos por la suma de palabras que me componen. Me sentirán tan cerca o tal lejos, me repudiarán…me amarán…tratarán de adivinar quién soy, si existí en la realidad, cuál será mi destino… -P. 116.
“Juanantonio” es entonces una obra escrita desde la intimidad de una experiencia cercana, una novela-poema que desde la proximidad, el conocimiento profundo de un mundo, nos deja en el espíritu la impronta de la belleza, la memoria viva de un ser vertiginoso, apasionado y breve que ya no será tan fácil olvidar.
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*La frontera entre el todo y las partes se encuentra en el centro de la estética contemporánea, y pone en la mesa de discusión la distinción entre fragmentos y detalles, es decir, entre unidades narrativas que tienen nostalgia de totalidad (como es propio de la estética moderna) y unidades narrativas totalmente autónomas (como es propio de la estética clásica). La novela sincopada es aquella cuyos capítulos pueden ser leídos en uno u otro sentido, y cuyas primeras manifestaciones se produjeron ya en la década de 1930 (Cartucho de Nellie Campobello) y que tiene casos tan notables como “Pedro Páramo” (1954) de Juan Rulfo y “La feria” (1962) de Juan José Arreola, en el ámbito de la literatura mexicana”. –Lauro Zavala, El boom de la minificción. (Cuadernos Negros Editorial, 2008).
Pedro Arturo Estrada
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