Murmurio de la piedra
Un elemento tan natural y tan poético como la piedra, es la imagen que viaja por este hermoso libro ganador del Quinto Concurso Nacional de poesía (2013), al que convoca la Universidad Industrial de Santander. Su autor es el poeta Jorge Eliécer Ordóñez Muñoz, de la ciudad de Cali, profesor durante varios años de esta universidad, autor de numerosos libros de poesía como “Vuelta de campana”, “Ciudad menguante”, “Brújula insomne”, “Farallones”, “La casa amarilla”, entre otros; quien también es miembro fundador de la Corporación Literaria Si mañana despierto.
Mantener la unidad temática en un libro de poesía es un trabajo difícil, y en este caso valioso por la riqueza que el autor ha puesto a través de su mirada y sus palabras, al cincelar los 45 poemas que componen este canto a las piedras. Y digo un canto porque hay una cadencia y un ritmo en este Manuscrito, que seducen al lector, no lo dejan despertar, en el sentido garciamarquiano, al decir que el secreto de un buen cuento o una novela consiste en no permitir que el lector despierte, y lograrlo en un libro de poesía es aún más difícil, seducir con la palabra y la música, es un arte secreto en estos poemas de Jorge Eliécer.
El universo de la piedra en esta propuesta poética, se detiene en la humildad y belleza de los guijarros pulidos por el agua, en la presencia de esos animales dormidos en el tiempo, los fósiles que también reposan en el escritorio como una especie de amuleto, las piedras poderosas y enormes que encierran secretos y misterios de antiguas civilizaciones y pueblos que tallaban sus mitos y sus dones. Hasta el cuerpo de las piedras que fueron los altares en las historias hoy sagradas, las mismas que se usaron para apedrear a los pecadores y castigar a los filisteos, para aquellos que la encajaron en sus puños como si estuviesen libres de culpa.
Las piedras tienen un particular encantamiento, quién no se ha agachado para recoger una de ellas, para acariciarlas por su piel suave, o para tirarlas a los pozos, para dibujarlas como hacen los niños en la escuela, para usarlas como pisapapel, o quizá también en las comunidades de paz, para traerlas en el canto rodado de los ríos y marcarlas con el nombre de sus muertos y apilarlas en el centro de su plaza, como un ejercicio en contra del olvido, en este país que olvida todos los días.
Sísifo, es el hombre mítico que por venganza de los dioses debido a su astucia, debe cargar por siempre una enorme roca en su espalda hasta la cima de una montaña para que luego vuelva a caer al valle y cargarla de nuevo, en un eterno retorno del absurdo, mito trabajado también por Camus, como el esfuerzo enorme e inútil de la humanidad para seguir viviendo, o en otras palabras, en la elegía de Miguel Hernández, donde nos dice: Cuánto penar para morirse uno. Aquí, el poeta asume su papel como el Sísifo que carga diversos pesos sobre los hombros, entre estos el desamor, “En los infiernos / pesa menos la piedra /que rueda hacia la sima /como un recordatorio; y a pesar de estar ciego por el castigo, sabe de los paisajes que están alrededor y los descubre en un manuscrito : “La mariposa negra/conoce la fugacidad/ de su belleza/ no se anida en la roca, /apenas un roce de alas/ en la gris curvatura”.
La esencia de la poesía es el asombro, el develar un misterio, el descubrir secretos de la naturaleza, o del mundo, o de la existencia del ser humano, y en Manuscrito de Sísifo, nos encontramos con varias de estas revelaciones. El poeta observa y mira y por una alquimia de los elementos que se conjugan con la emoción y el lenguaje, crea, da vida, nos muestra de otra manera, tal vez con la mirada y el asombro de los niños: Al remansarse el río/ los hombres lanzan/ guijarros pandos en la superficie del agua/ como si les pusieran/ alas a las piedras/ o fueran anfibios voladores, / dan brinquitos/ aterrizan / en la otra orilla.
Esta íntima conversación con la naturaleza de la piedra, en su sustancia o en el símbolo, mira también el entorno en el que habita; decir piedra es decir agua, río, árbol, pájaro, montaña, lluvia, silencio, viento; también amigos entrañables, que conforman esa red invisible de la vida: piedra todopoderosa/ piedra tiempo/ piedra volcán/ floreciendo en el alba/ como el canto de los gallos/ del Cenizo. También en este Manuscrito, hay una piedra de esclavos “que muchos hombres/ la arrastraron/ por la tierra/ como un latigazo /de dios en sus espaldas. Y piedras de ahogada: Como una bestia mutilada/ fue testigo/ de sus últimos esplendores.
Las piedras viajan y habitan las ciudades en forma de falos de Hunzahúa, piedras de zaguán en las casas antiguas, obeliscos, piedras para afilar cuchillos, piedras olvidadas que sirven para defenderse, o se lanzan desde ventanales a quienes se atreven a la palabra.
La invitación es a leer y disfrutar de este libro maravilloso, esta voz de Jorge Eliécer Ordóñez, que nos acerca desde la distancia.
Nana Rodríguez Romero
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