Otra forma del regreso
…e iré lejos, muy lejos, lo mismo que el errante
feliz, por esos mundos, como con una amada.
Arthur Rimbaud
“Otro intento de vacío” de Saúl Gómez Mantilla podría condensarse en este verso: sea la huida otra forma del regreso. Pero hay mucho más en este libro en el que a través de cruzadas voces seguimos dos rutas que terminan confluyendo. Una va hacia el pasado como el más prolífico de los viajes, y otra se asoma al final de una vida que los lectores de este libro sabrán rastrear. El presente se nos ofrece como espacio en donde el cuerpo, anclado a una suerte de ceguera, es llamado a pronunciarse sobre los signos que lo han sostenido, torciendo la palabra y obligándola a retornar a través de un vacío que va poblándose hasta ganar la imposibilidad: hacer de la memoria no solo el viaje, también la luz principal de ese camino a tientas que en su marcha hacia atrás alumbra el futuro. La imagen de un niño y de una mujer instalados en medio de su cotidianidad parecen ser en las retinas de la voz poética, la casa y el espacio vital que se abandona. Este es el inicio del viaje, el desprendimiento de lo seguro y amado antes de arrojarse a la gran búsqueda, a ese “Otro intento” que es también espesura y hacer que el cotidiano malestar sea la esperanza, un ancla a la cual aferrarse cuando todo recuerdo sea el comienzo del olvido, como lo indica el autor al final de este recorrido que es también un meditar sobre el poema, el lenguaje y el escritor.
Alguien espera del otro lado a que la voz que se acomoda a su ruta, dicte el pulso de lo que es necesario ver: en tanto…el auditorio percibe una vaga imagen de quien interpreta el mundo. ¿Es nebulosa la imagen de quien procura alguna compresión de la realidad o esta última es vaga? La respuesta sería que tanto la imagen de quien nombra como la del mundo, escapan a la unidad. El escenario recién empieza a dibujarse y como espectadores sabemos que somos quizás lo único cierto, pese a que también estamos sujetos a los caprichos del tiempo y desde acá sufrimos igualmente el tránsito de las palabras que van nombrando la realidad; por lo tanto habitamos un volátil territorio que está en permanente construcción gracias al lenguaje. Es la relación con este último uno de los problemas esenciales que nos plantea Gómez Mantilla; el lenguaje es insuficiente, como ya lo habían anunciado tantos poetas, entre ellos Arthur Rimbaud que acecha las páginas de este libro como un faro luminoso y también como una excusa para mostrarnos cómo en el ser errantes está también lo innegable de la vida. En el andar tanto geográfico como poético y entre los intersticios, se descubre que siempre hay algo que la palabra no logra asir, menos penetrar. Apenas los bordes, apenas la idea vaga o esa interpretación de la que ya se habló.
El poemario presente se articula de una manera muy particular. El lector se encontrará con dos voces que van alternándose; la primera, siempre en prosa, se presenta como antecedente de los siete exordios que componen este libro. Estos exordios, introducen, llaman, conducen al lector-espectador, a una puesta en escena en donde, por paradójico que parezca, se va construyendo un derrumbe.
La segunda voz es la de Drawing Rimbaud que fluye paralela a las reflexiones de la primera que se debate entre la costumbre, la palabra y la pérdida y contiene la raíz de una historia de amor y sus desencuentros; un yo poético que se arroja a múltiples contemplaciones sobre la música y aquella inolvidable estrofa de una canción que cada noche… acompaña en el sueño; la infancia y la justa cifra de lo desaparecido y el amor del que se teme sea poco para soportar toda una vida. Esta primera voz va marcando el paso. La otra es la voz de Drawing Rimbaud, que desde el verso libre, puede leerse como una consciencia literaria que mueve los fueros de este libro y que es una reelaboración que Gómez Mantilla hace del poeta francés Arthur Rimbaud; su viaje, su renuncia y su muerte. Drawing Rimbaud dice:
Una tarde cuando el hambre
y el miedo arreciaban
decidí arrancar los sueños
y crear un nuevo yo,
ese otro que me perseguía
y me llevaba a huir.
Si nos remitimos al contexto literario es sencillo escuchar al fondo esta sentencia: “Yo es otro”. Desde allí se le podría seguir la pista al personaje que nos propone el libro de Gómez Mantilla; pero ese otro no sugiere, como sí lo hace la sentencia del poeta francés, el pensamiento que se piensa. Acá nos encontramos con el discurrir de una voz que se templa gracias al pre-texto literario y nos interpela, la reflexión no va hacia adentro sino hacia afuera, desde el nombrar a través de diversas imágenes un camino que se encuentra en la palabra poética y su desprendimiento para lanzarnos a esa nueva forma de vacío. Dos caminos van diciéndose paralelamente a lo largo de siete llamados, uno hacía adelante, otro hacía atrás hasta ganar la forma del silencio como respuesta siempre poderosa. El exordio I podría entenderse como el inicio del viaje: la esperanza de dejar todo atrás y ser otro que, entre lágrimas, en una tierra lejana, nunca abandonará su hogar. Y ese no abandonar es otra forma de entender este libro que a través de ese verbo depura, limpia de artificios e intenta construir un hogar para morar, siguiendo a Holderlin y más acá a Heidegger que nos arroja a una cuaternidad donde se tensan las fuerzas de lo que se espera sea el mundo.
Un llamado, como un toque de fuego para despertar, nos arroja al centro de este libro: Una hoja río abajo, puede ser una señal para el hombre que prepara la soga, que prueba el nudo antes de suspenderse sobre el mundo. Lo anterior es metáfora de las tantas formas de suspensión que pueden existir, contemplación también que desde señas, desde pequeños símbolos intenta desentrañar del mundo su voluntad. Y si ese intento de vacío fuera al fin la única manera de nombrar, más allá de geografías conocidas el canto que nos deja un hombre, si fuera la furia de la voz que se enfrenta a la tormenta de la imposibilidad y lo que el lenguaje representa, estaríamos entonces ante el signo redignificado, cada vez que el recuerdo nos anticipa que cada palabra tiene en sí misma su hondura y su misterio y es por eso que cruzamos la vida para adelantar el olvido, como señala Gómez Mantilla en uno de sus poemas.
Sobreviene la ruta y esta se abre paso a través de la voz que ha cumplido la tarea de enunciarnos un abismo: la piel más dura, el ahora, el acá, la ciudad que nos reclama y que nos destina a la frontera: Ella vaga por las calles, espera un despertar, un asombroso encuentro con la nada, con su difusa visión y su no entender el horror, la trágica soledad que la habita y la impulsa a extraviarse. En la ciudad se es bruma, pero también está allí la belleza, en sus grietas, en el maleficio que llama a nombrar lo que otros no ven y entonces Drawing Rimbaud dice sobre el escritor, que es aquel que se atreve a poner en palabras el alma oscura de los hombres. Una mujer se ha dejado, el amor que entre la ciudad se pierde y que el poeta, a través de este libro intenta recobrar, no es su estado físico, sí en el espejismo que la palabra trae, aunque sea.
Entre la palabra y el ser es donde está el verdadero marasmo y por esto la renuncia. Entonces comprendemos que más allá de un intertexto, Rimbaud es la pulsión de todo aquel que inicia un viaje para ir destejiendo aquello que las palabras intentaron construir sin suerte. Lo que se abandona es lo no nombrado, el espacio que queda entre el significado y el significante y que es al fin, la pulpa cierta de lo que de verdad existe: el pasado, la presencia de lo invisible, el dolor incandescente, la belleza en su perfección incapaz de ser aprehendida por lengua alguna y que se persigue en la música, en el arte, en los libros sin poder capturar su fuego más urgente. Sobre esto dice Gómez Mantilla: El libro es un espejo en que el amor no puede ser, no tiene cuerpo ni mirada, habita un lugar que existe solo en el pasado. Pero el pasado es también lugar imposible, sus coordenadas se van borrando, hasta ser solo olvido, como se mencionó más arriba. Entonces escribir y huir podrían entenderse acá como sinónimos, se huye de la realidad para trazar el mapa de lo que esta quiso, pudo ser. Lo que queda es encantamiento: El poema dentro del poema, en la soledad de este viaje, de este encuentro con las letras. La vida que deviene ficción para ser posible cuando su propio peso es tortura y el amor el más terrible de los dones:
Tiempo después,
arderán mis libros y mi poesía
incendiará la vida
de quien perdido
se refugia en las palabras.
Ya hacía el final de este libro, las dos voces confluyen y la pregunta sobre el poema como otra forma de evasión nos devuelve al inicio de este viaje: el silencio es respuesta en donde el ser también se dice. El mundo cotidiano aunque instante que revela, es también pérdida, siguiendo a Gómez Mantilla, y es necesario: Evadirse de la vida para encontrar la vida, olvidarse de sí mismo, para saber quién se es.
En el caso de Rimbaud, sabemos a través de las biografías que la caridad tan ausente en un mundo que encontró fáustico y despreciable, fue quizás una de sus empresas más deseadas al iniciar su recorrido, un bien como la solidaridad que encontró agotado en el armazón de su época y que entre otros y las pocas capacidades del lenguaje para nombrar tanto lo terrible como lo bello que atraviesan el alma humana, fue motivo de su posterior abandono de la poesía. En su poema “Sensación” fechado en 1870 dice:
En las tardes de estío, iré por los senderos,
Herido por los trigos, a pisar las praderas…
En estos versos del poeta francés vislumbramos ya el estado de toda una vida de nostalgia que como bien lo señala Gómez Mantilla al cerrar su libro: devela al ser que escribe. Gracias a la nostalgia que ha buscado otras imágenes para instalarse nos adentramos en este “Otro intento de vacío” que es la batalla del hombre contra los significados inamovibles de los signos, arbitrarios siempre, pero se empeñan en decir del mundo aunque sea los bordes de lo que late y resiste la violencia de los días y sus noches, la vida y sus embates para hacer de este tránsito el más afortunado de los viajes, pese a los derrumbes que marcan lo que humanamente habitamos.
Camila Charry Noriega
Bogotá, julio de 2018
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