Baco enfermo (1563) Caravaggio
Folio para Héctor Rojas Erazo
Tengo amarrado a mi corazón
uno de tus libros, como un perro fiel.
En casa todo se pudre: la mesa, los cuadernos,
las cucharas, las escaleras sueltan pus, menos
el perro fiel de ese libro amarrado al árbol
de mi corazón, aunque la noche venga a asustarlo
y a robarle su hueso, él ya conoce la noche.
Cuando ese libro se abre, las cosas
que en la casa se han podrido, recobran
su alegría y su salud; cuando lo abro entre las ruinas,
sus páginas hablan soltando un río en el patio,
abren un castillo en la puerta de mi cuarto.
nos bañamos en ese río,
jugamos con el personaje de ese castillo
y luego lo cerramos.
La enfermedad de leer es la salud del espíritu.
lleva siempre amarrado un libro a tu corazón,
si sientes que las cosas a tu alrededor se pudren,
ábrelo.
La venta mayor
Aquí estoy en la plaza del mercado, me ofrecen
al mejor postor, la lengua ya está vendida,
es lo que más se pelean los mercaderes
porque según parece no todo en ella es despreciable,
pasan y tocan, miden y pesan, y el grito del que me vende
hace que todos vuelvan a mí sus miradas.
Se acercan otra vez, dudan ante la oferta, piden rebaja,
algunos se detienen a tocar una parte de mi cuerpo
como si lo despreciaran y se van, menos mal
no causo mayor atracción a los compradores,
pero llega un señor gordo con un canasto
y pide que le corten una cierta cantidad de aquí,
pasa el cuchillo llevándose lo que le corresponde.
Es más torturante ser vendido por cortes
que si llevaran la presa entera, alguien se interesa
por las apetecidas criadillas con las que se hace
un caldo redentor, el hombre las corta
con un silbido de satisfacción en su batola blanca.
Esta mañana me trajeron hombres alegres
que hacen de la venta y de la muerte su felicidad,
eso sí, cantaban, mientras alzaban
a la altura del pecho los cuchillos
sacándole filo al corazón, hoy hacemos la venta,
decían mientras me descargaban sobre el mesón.
Son terribles los ruidos en el mercado
cuando se vende a un hombre, desaparece el consuelo,
la justicia se esconde detrás de guacales
de tomates podridos y la confianza se vuelve brutal.
Todos estamos solitarios en una plaza,
los gritos desolados que oyes
son los de las almas de los carniceros
que andan desesperadas por las garitas
pasando, con sus dedos sangrientos,
hojas de biblia y riñones de vaca
mientras el cielo se pone a la entrada de la caja registradora.
No hay rebaja cuando se vende a un hombre
porque, incluso, cebar órganos como el corazón
y el cerebro, cuesta,
y cuando la lengua y el corazón ya están vendidos
no se puede chistar, oigo que recogen, lavan,
depositan, y el mercado se va quedando solo,
como si todas las cosas a la vez fueran vendidas
en un mismo instante y queda reinando el vacío.
Solo rondan entre huesos unos perros
peleándose algún despreciado tasajo de carne
que comen con rabia y celo,
mientras el emperador Bruto, bajando por las escaleras del Senado,
viene con manos sangrientas a cerrar la puerta del mercado
y de nuevo reina la oscuridad
a espaldas del mundo.
A Carlos Arturo Gamboa
Fotografía en prosa
En una fotografía con música –porque quienes tienen buen oído saben oír en la fotografía música en blanco y negro-, me encuentro a la edad de siete años en mi pueblo, en la esquina más desportillada del mundo, empuñando unas flores sin color. Amo esa foto tan inocente, comida por el tiempo en sus bordes, pero el mismo tiempo se ha encargado de ponerle a la superficie un amarillo ocre suave. Esa fotografía es mi primer poema en prosa, y el que más tardó en escribirse, para que tuviera esa música y ese colorido de la memoria y del deseo, y ese tallerismo del tiempo que le ha quitado lo innecesario para otorgarle vida a toda la atmósfera. Las flores que el niño aprieta no se gastan, además conservan la memoria de su olor y su prestigio de ser hermosas y significar el instante que no se rinde ante la ruina de los días. Y de tanto escribirlo en el tiempo, se fue escribiendo solo, y ya tienen el color justo y la medida de su empeño, de su paciencia, de su pasión y de su afán. Y nadie aplaude mi poema, pero él está convertido en el ahí viviente. Irradia mundo, tanto que la foto pareciera haber sido tomada esta mañana, aunque el fotógrafo ya se esfumó de la memoria. Es el poema más diciente, uno de los logros más difíciles, porque en el centro de su prosa está volcada mi infancia, la del mundo, la de mis padres, la de mis hermanos y también la de ese árbol de níspero en el patio y la infancia cristalina de los peces del río Saldaña; y están revueltos los olores de ese día de 1969 con los olores del presente. Así esté en blanco y negro mi poema, sabe despertar mundos, y al mirarla revives los colores, despiertas la música y podrás pasearse un rato por las calles de mi pueblo y tomar una pluma de pájaro caída en la esquina desportillada, luego regresarte a casa con esa pluma, tenerla entre tus manos sólo un instante, que ella sabe en qué momento regresarse sola a su origen. Lo que vale la prosa, ¿verdad? Valerio o Lucas, uno de estos hermanos fotógrafos, escribió con su cámara antigua el poema que ahora lleva mi nombre.
Peldaño tras peldaño sube la prosa, y donde sube la prosa está la fotografía con su blanco y negro iluminando el vacío, con el niño expósito en el flujo del tiempo, con las flores apretadas entre sus manos, ofreciéndolas con acto humilde a los visitantes que lo miran. Y cuando alguien toca las flores, aparece el mundo desportillado de la esquina, y se echa a volar la pluma.
Nelson Romero Guzmán. Ataco, Tolima, 1962. Licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad Santo Tomás y Magíster en Literatura de la Universidad Tecnológica de Pereira en convenio con la Universidad del Tolima. Con Música lenta obtuvo el Premio Nacional de Poesía del Ministerio de Cultura (2015); Premio Casa de las Américas 2015 a su poemario Bajo el brillo de la luna; con Obras de mampostería ganó el Premio Nacional de Poesía Ciudad de Bogotá (Instituto Distrital de Cultura y Turismo, 2007); a su libro Surgidos de la Luz se le otorgó el IX Premio Nacional de Poesía Universidad de Antioquia (1999), entre otros. Otros libros de poesía: La quinta del sordo (Universidad Nacional de Colombia, 2006); Grafías del insecto (Universidad del Valle, 2005); Apuntes para un cuaderno secreto (con la mexicana Kenia Kano, Antologías, Biblioteca Libanense de Cultura, 2011). Además, autor de los libros de ensayo El porvenir incompleto, tres novelas históricas colombianas (Biblioteca Libanense de Cultura, 2012) y El espacio imaginario en la poesía de Carlos Obregón (Universidad Tecnológica de Pereira, tesis laureada, 2012). Está vinculado a la Universidad del Tolima como docente de planta.
Algunos libros del autor
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