Manuel Moya nació en 1960, en Fuenteheridos (Huelva), lugar donde reside. Estudió filología hispánica en la Universidad de Sevilla. Poeta, narrador, crítico literario, editor, traductor, ha publicado una docena de libros de poesía con los que ha obtenido algunos de los premios más prestigiosos de España como el Ciudad de Córdoba (1997), Ciudad de Las Palmas (2001), el Leonor (2001) o más recientemente el Fray Luis de León (2010) y el A. Machado (2014). Su antología Habitación con islas ha sido traducida íntegramente al francés y al portugués. El libro de su heterónima Violeta c. Rangel, La posesión del humo (Ed. Hiperión, 1997) es acaso uno de los libros fundamentales de la poesía española en los últimos 50 años, según la crítica, y sigue siendo estudiado en universidades españolas y norteamericanas. Otros libros suyos fueron traducidos al chino, al francés y al portugués. Como prosista ha publicado, entre otros, Caza Mayor (Baile del Sol, 2014), premio de la crítica andaluza, Zorros plateados (Edhasa-Castalia, 2017), Las cenizas de Abril, Premio F. Quiñones, (Alianza ed. Madrid, 2011) traducida al portugués e italiano. Ha traducido gran parte de la obra literaria de F. Pessoa, como Libro del desasosiego (Alianza ed. 2015), o las ediciones de Caeiro (Baile del sol, 2015), Campos, Reis (Visor, 2015-2016), Mensaje (Visor, 2017), Cuentos (Páginas de espuma, 2016), Confesiones (2018) etc... Incluido en numerosas muestras y antologías de relato y poesía, tanto en España como en el extranjero.
CIELO ENCENDIDO
Entonces me alzaba al escuchar
el sonido de unos pasos sobre el pasto,
o el lejano ladrido de un perro.
Cualquier cosa me encendía, cualquier cosa me cegaba.
Ahora espero que al despertar
me sorprenda el silencio del humo
o la palidez de la escarcha al pie de los castaños.
No me conmueven ya
ni los ríos tumultuosos ni los remotos países
donde las mujeres bailan hasta el alba,
sino la sencillez de un cielo rielado de nubes
el vuelo de la alondra de regreso a su nido,
o la franca alegría de un hombre
cuando ligero camina a sus asuntos.
Para vosotros el placer de las estrellas fugaces.
Dejadme aquí, frente al cielo encendido.
MONTAÑAS VERDES
Que al fin de este camino haya montañas verdes,
sauces cuyas ramas se doblen hacia el suelo,
que brille la hierba en la ladera
y que un perro vagabundo me acompañe.
Que escuche tu mudo palpitar en las cosas
que me importan,
que alguien cante para sí mientras su azada hunde
sobre la tierra en calma,
y me nutra esa leve canción y esa leve esperanza
como me nutre la lluvia,
y que el fin de este camino sea el fin de este camino,
tus montañas verdes.
ALTURA
Alto es el cielo
no para quien vuela más allá de las nubes,
ni para quien en él encubre su miedo o su arrogancia,
sino quién se atreve a mirarlo
con ojos de inocencia, como acabado de nacer.
Alto no es quien desde el promontorio mira
a quienes pasan por debajo
o el que desde la gran muralla observa el horizonte
y juzga que todo está a sus pies,
sino el que nunca baja la mirada ante los hombres
y jamás halla fango en sus manos;
alto es quien por la calle va dejando vivas
y frescas amapolas y la luz de sus ojos
reparte entre los hombres;
ni quien habla alto, ni el que a muchos habla,
ni el que imparte doctrina,
sino el que en la sucia taberna
escucha al extranjero o al sin voz,
el que duda y no halla nada sólido,
sino movimiento, tránsito.
Alto no es quien irrumpe en el templo con voces estridentes,
sino el que en él, ensimismado,
escucha su voz, que surge de una grieta;
no es alto el músico porque al sonar el instrumento
a todos complazca y de todos se sepa admirado,
sino el que al tomarlo siente cómo en él vibra el mundo
y en sus dedos la nada del aire se llena de sentido,
pájaros que vuelan hacia el norte,
nimbos tejiéndose en la aurora.
Alto el que se entrega, el que se da,
el que lleva siempre a un niño
arrullado en sus ojos, el que se rinde por amor,
el que por amor destruye el palacio,
el que perdona, el que al llegar a casa,
secándose el sudor, exclama,
bien estuvo el día, lo he vivido.
Poema de Violeta C. Rangel (heterónimo)
POÉTICA
Un poema es una sepultura,
y tú, cielo, debes caber dentro.
SUPÓN por un momento que tu vieja por diez pavos
se lo hace en los camiones con cualquiera,
que la bofia por dos gramos te manda pal talego,
que el cabrón de tu vecino le ha metido
por dos veces fuego a tu garito,
y ese tipo te ha dejado un marrón en las entrañas,
que estás viva,
tan completamente viva, que qué importa
ponerles por delante el pastelito envenenado
que guardas en los muslos,
mar adentro.
HOLLY, LA DE LAS HORAS NEGRAS
Hoy, querido, me rozan los tacones
y la luz se va en lo mejor de un quiqui.
La lluvia muerde un corazón.
Mi coño acepta tus tarjetas.
OFICIO DE VIVIR
EL chasquido y la ceniza
de un mosquito en el neón.
El aire entre los radios de una bici.
El alquitrán hirviendo en la cuneta.
El poni de la noria,
rompiéndose la polla contra el suelo,
soplando y resoplando tras su jaca.
Las eses de un borracho
que no encuentra su queli.
La moto que derrapa junto a ti
y apaga su motor y hola princesa.
Un Cristo de pensión
barnizado diez, mil veces,
que se mueve al compás de los jadeos o las hostias.
Un culo de coñac y un cigarrillo.
Rosario, La Tulipa, pegada
con loctite a la farola.
Un pavo que te quiere vasilar,
y que no solo cree estar haciéndote un favor
por hundir su polla entre tus cachas,
sino que quiere correrse en tu cerebro.
Cuando abres el portón,
los tacones suben sin ti las escaleras.
Algunos libros del autor:
Comments