La visión de Tundal. Jerónimo Bosch o El Bosco
En poesía no existe minoría de edad
La minoría de edad no existe en la poesía, el niño o el adolescente son siempre mejores poetas que el poeta del derby o el caballo de paso fino colombiano. Valeria Camacho (Barranquilla 2000) es una escritora nacida en este siglo, y sorprende con su escritura ágil, reflexiva, transgresora. En sus escritos hay una intuición aguda, una percepción del mundo desde la relación de sistemas biológicos, geométricos o sociales, y un universo construido a partir de poliedros, como lo hacen en la naturaleza los árboles desde la raíz, las tortugas con sus caparazones romboideas, los insectos con sus construcciones hexagonales, o las plantas con sus flores pentagonales. Esa capacidad de relación sistémica se expresa en Valeria en una escritura que desborda los géneros literarios.
El mundo no es antropocéntrico. Para Valeria todas las formas múltiples, la luz y las sombras, y la vida misma corresponden a un trabajo de los elementos que es al mismo tiempo genésico y polinizante, y eso es notable en sus escritos de largo aliento, exentos de retoricismo. De allí su erotismo, casi vegetal, entre hierbas y germinaciones. Y la expresión de la vida del niño negada por el terror del mundo adulto como forma de violencia, en una escritura cargada de esa inusitada violencia contra los niños y contra la vida que es nuestro tiempo. Descarga brutal del lenguaje en donde la fuente de nuestra literatura sigue siendo el entorno violento, la violencia y el trauma del aprendizaje de la cultura entre el deseo y la muerte.
Álvaro Marín
Ordalía sexual
¿El ser vivo alguna vez escuchó que la luna y el sol habían sido un sistema diedral que en sus rectas—como minutero alterado —se descubría un domo dorado y en sombras un domo acrílico incoloro? Los labios, la lengua, el instrumento que propaga la tensión de las palpitaciones del órgano húmedo. Desea ser tocado... La saliva lentamente penetra la garganta; el cuerpo jadea por adentrarse. Hoy el cuerpo está amarrado; las gárgaras fluctúan más allá de las celdillas de la piel y la desgarran para su encuentro de reflejos libidinales; asciende el volumen del arco ocular. El calor como gotas de sudor que trajo los ecos; las cavidades susurran el fastidio de los hombros, brazos y piernas, con el roce de un suspiro no decida por beber del semen sin género. Los rubíes en las mejillas. Un orbe de abejas masturba sus entrañas; sus cuerpos vibran como ondas sonoras que estremecen los ejes anatómicos, como si un animal viviera dentro de su organismo y masticara los agujeros que el hedonismo nunca supo explicar. En bordes cruzan piraguas que navegan haciendo círculos sin tocar la yema volcánica eterna. Eso mismo sucedía con una palmera que goteaba como si una lluvia azul recorriera su torso o como si le hubieran atrapado con una bala sin muerte, allí bajaba la escarchada silicona con viscosidad muy excelsa, hacia arriba tenía la forma de un sombrero de hongo, sus raíces se marcaban en el cuero en donde emanaba todas sus circulaciones. Además, olía arándanos rojos, nueces, glaseado púrpura y canela; las hortalizas se mezclaban también. Nunca se había visto un bosque frulacticífero encerrado de diecinueve espejos latiendo. Había plumas por todas partes. Lámparas rotas, velas vinotinto ardiendo. Los rostros de ellos asustados, temblando; sus gestos hacían recordar a peces sofocados porque alguien quiere palpar su casa. - ¿Qué ocurre?- preguntó inquieto y moviendo sus redondos lentes. Aquellos ojos querían salir corriendo pero los otros, que tenían ventanas empañadas no se intrigaban por los murmullos. Respiró profundamente. La puerta se abrió y entonces... -¿¡Que putas hacían desnudos!?-sus ojos eran terremoto.
Los padres tenían un velo nocturno sobre sus cabezas. Rápidamente abofetearon al niño; su contorno reflejaba lunas cohibidas de cuarzo como si una luz escrutara sus mares, que para él, una vergüenza que vomitaba su sentir, se orinaba enfurecido. La niña estremecida por el impacto, la golpean fuertemente con un bate. Los otros, aún bebés, aullaban... La golpeaban, la masacraban, era una hormiga delante de ellos. Una hormiga que ladría por dentro y que sus gritos no describían con precisión. Ese dolor, ese dolor... Ella nunca se había visto así, como una arrastrada, promiscua. Aquello que declamaban desesperadamente, no se lo había dicho a si misma cuando se bañaba. -¡Lárgate de una vez!- le grita- ¡Vete con tú coyerío!- señala a las otras niñas que parecían encerradas en cascaras de huevos. -¡Deja de lamerme!- grita el niño apartándose del rostro de su hermanastro. La madre insistía que su hermanastro continuara. El niño lloraba como si estuviera en una cuna estrecha. -Los niños no hacen esto- le miraba su miembro- Los niños no... -¿Quién te dijo a ti qué tenías que succionarle el clítoris a la una y veinticinco de la mañana?- interrumpió su padre. La madre sacudía sus labios, intentando ocultar la risa. El hermanastro le susurra algo en el oído. Uno de ellos le introduce los dedos dentro de ella, lentamente y profundo como licuadora sin prisas; un globo rebotando en las paredes, oscilando en ambos lados sin perder el equilibrio; piel rocosa y cuello apretado -hilos eléctricos desplazándose- los labios succionaba con firmeza los dedos, se agitaba, toda la masa se agitaba, danzaba circularmente debido al ritmo del globo; la areola rosada persa, los ductos atorados, de modo que la sangre ya no estaba en el corazón; la huella dactilar lo aflojaba, y quizás no se percató en el momento cuando ya babeaba fulminantemente. Cargaron a los dos niños y los condujeron hacia la cocina; abrieron la puerta, en donde se hallaba, debajo de la estufa.
Ardía a raspones con alcohol, a ladrillos en la punta de la lengua asomándose el sol; rasguños no temporales. Ambos cuerpos estaban cubiertos con cinta, se agitaban, agitaban, gemían y gemían... Dejaba de ser crepúsculo, brillaba fuertemente la alborada del fuego. Ese instante fue un despertar de cama corriendo hacia la claridad de la ventana y los rayitos de oro despedían un grifo gigante cayendo sin paracaídas, y bocas entreabiertas, cabezas cubriéndose con mantas. Más allá del escándalo, ya no había fuego, los niños tenían la imitación perfecta de pacientes arrastrados a un tomógrafo. Después de un tiempo, le decían a aquella niña, "la muda" cuyo nombre siempre salía en los periódicos: “Niña es maltratada por su familia” “la muda es víctima de abuso emocional y sexual” “Niños juegan a la masturbación y terminan siendo abusados” “la muda la masacran en la cocina y tres niñas son heridas, aclamadas como zorras” “Niño es abusado junto con la muda; cuestionan si es gay”. ¡Último minuto! “Treinta mujeres son abusadas por el ano” “Diez niños abusados por sus madres” “¿Sexo oral a las mamas?” Jamás se había visto algo así; los diecinueve niños estaban en una fila aparte de la muda y el niño. Había demasiados hombres y mujeres adultos. Era un juicio. Se levanta una señora. -Pienso que el feminismo será la cura de todas estas muertes y heridas psicológicas. -A mí parecer también lo creo- replico otra. Una mujer robusta y morena opinó. -Pues yo no pienso ni me parece ni creo, yo estoy totalmente que el feminismo acabará con toda esta tragedia. Otra más robusta que la morena. -Pues están equivocados, porque yo no pienso, ni me parece, ni creo, ni “estoy” simplemente eso es seguro y listo. Un hombre encorvado...
-Pues a mí nadie me echa cuentos, yo tengo una especialización en estudios de género. Un señor barbudo y con bastón. -Yo estoy de acuerdo con Beauvoir, "mujer no se nace, se hace". Otro. -Pues la verdad es que las feministas están locas y tampoco apoyo de que exista una pluralidad sexual; eso es de gente ciega y enferma por defender figuras que no son. Dios hizo a la mujer y al hombre... Antes de que prosiguiera, se levanta otro señor que tenía dos toros en los ojos. -Esa opinión es bastante ridícula, la orientación no se define por el género. -¡La transexualidad no es una enfermedad!- gritó el niño. Otro con atuendo de vaquero. -Las mujeres defienden sus derechos, nosotros queremos defender los nuestros, ¡sí al patriarcado!- grita y cinco hombres vaqueros embriagados también- Nosotros queremos a una sumisa y a una puta siempre. Una mujer de cabellos castaños y tempera en el cuello. -Prefiero ser una puta antes de ser sumisa. -las señoras orgullosas aplauden a tal comentario. Marjorie pensaba que esto no tenía cara de juicio, sino de un partido de futbol. -Ahora así, díganos, muda, ¿qué piensa usted del feminismo siendo víctima de violencia intrafamiliar y sexual? Marjorie no dejaba de observar la superficie de la mesa. Se acercó tímidamente al micrófono y... -Nada, no sé. -¿Nada? Díganos por favor, y también, ¿por qué quiere ser transgénero? Apoyó fuertemente con sus manos la mesa. -Yo no soy nada, tengo cáncer. Por años, les dijo a sus padres adoptivos que la llevaran siempre a una barbería, que ella no quería tener cabello. -¿Así que nunca optaste por tener una peluca? preguntó Nicolás. -Jamás- dice Marjorie- Mírame... -Mírame a mí, mira a tú madre, que hoy bebe de los charcos de lluvia y pidiendo limosna, a tú padre muerto, a tú hermanastro analfabeto que nunca le demostraron cariño, a tu exesposo que anda por las calles vomitando cólera por su matrimonio, a tus hijos encerrados en un orfanato, a quienes le escribiste cartas que jamás recibieron de ti. -Mi vida nunca será como la tuya... -Marjorie, ambos hemos sufrido mucho. -Todas las noches, antes de dormir, me colocaban una mortaza mientras yo moría del dolor, sabían que gritaría, mi llanto les molestaba porque siempre fue la de un bebe recién nacido, sin embargo, pude hacerlo cuando me hallé sola, y todos los lobos que corrían, estaban al frente de mí, se rindieron en mis pies en posición fetal y pedían auxilio por mí. -Nicolás bajó la mirada.- No me duelen las cicatrices, a mí lo que me duele es lo mucho que destruyeron en mi interior: a mí corazón, a mí identidad; yo no sé asimilar fotografías cuando me preguntan qué tipo de sexo estoy viendo, que cual es la diferencia entre el día y la noche, el río y el mar, el fucsia y el rosado, y todo aquello, a cada uno, le atribuyen elementos especiales que pretenden definirlos, así mismo me pasó, y yo no quise aceptar mi condiciones impuestas; no quiero ser mujer porque seré siempre algo que tiene qué protestar. No quiero ser mujer, ni hombre, yo no soy nada. -Todos tenemos que protestar por algo, y no solamente por este trauma que nos pasó, hay muchas cosas por las que tenemos que protestar. -Prefiero estar llorando todos los días sin salir de casa, e imaginando como pinto el mar; en fin eso siempre he sido, ¿no? Un cuadro, una pintura, un rostro derritiéndose con parpados caídos; nadie querría esa pintura en las casas; sería una obra aburrida en un museo de poca iluminación y cuyos espectadores le preguntarían al curador el por qué nunca decidió cuidar de ella: «No tiene ningún valor» eso mismo diría. -Yo querría esa pintura, porque así la destruyan, la discriminen, nunca se olvidara y se lamentara la tierra y rezaran en el nombre de todas. -Marjorie no se detuvo con las lágrimas. -No necesito que recen por mí. -¡Eres un ser humano, necesitas vivir!- insistió Nicolás. -No se.-dice desesperanzada. -Aún no has muerto, Marjorie. Valerie Có.
Valeria Camacho. (Barranquilla, 2000)
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