La pesadilla, Henry Fuseli, 1781
Sobre la poesía de Londoño:
Parece una tautología: todo fantasma pertenece a una sociedad anónima, como anónimo es su nombre. Por algo, y al decir de Jaime Londoño, estos seres del trasmundo “le piden limosnas al viento”.
Si algo tiene la poesía de Londoño es que, en su trato con los fantasmas de la imaginación, con esa suerte de endriagos que son las cosas poco visibles pero imaginables, es que ella le sirve de caserón a sus presencias para que jueguen a placer, a su aire, a su legítimo antojo.
Pero no se crea que se trata de una poesía complaciente porque esté tocada de una gozosa ironía. Hay un entrevero de dolor y de burla y un deseo de colonizar temas y territorios que no tienen una sacralizada heráldica poética. Ni siquiera cuando habla de la última e íntima relación de Li Po con la luna cede a los falsos lirismos. Parece recordarnos con don Alfonso Reyes que “hasta los perros sienten necesidad de aullarle a la luna llena, pero eso no es poesía”.
Una gavilla de Lázaros revivivos sentencian “la mala puntería de la muerte”. Caruso, o su fantasma operático, se sorprende de “la cascada de ruidos que se van por el sifón”. Sancho se niega a seguir las dietas de razón a las que quisiera someterlo el Hidalgo que sabemos. Toda una empresa hecha de sombras, de incertidumbres, conforma el libro Fantasmas S.A. Los socios de esa evanescente empresa saben que nadie los conoce, que a nadie hacen falta, pero es porque a su vez no conocen a este poeta que emplea la palabra como si fuera una ouija.
En todos estos poemas hay, además de ese trato con los fantasmas, una serie de preguntas sobre el destino, el azar, lo que llamamos pomposamente la muerte: la muerte
que es un corredor de fondo frente al que perdemos todas las apuestas en una pista construida en los límites del mundo.
Como buen poeta, Londoño sabe enmascararse. Enmascara su soledad con la careta de la ironía. Encubre sus desgarradas preguntas por la vida con el pasamontañas de una supuesta fantasmalidad. Bajo todo ese río subterráneo yace el mascarón de proa de su poesía.
Es la suya una voz personal, despojada, que sin pretenderlo se inserta en un pequeño filón de la poesía colombiana, el de Gotas amargas de Silva, el de Suenan Timbres de Vidales, el del dulceamargo Luis C. López, esto es, un filón que sale de una poética de ideas pero también de imágenes desplegadas como burla de sí y de los demás, o como burla de los demás en sí mismo.
Es de agradecer que los poemas de este libro nos recuerden que “son indispensables los fantasmas, /si no fuera por su baile/ a nadie le importaría el pasado”.
He ahí, de esto se trata, de ver desde el callejón de la historia, desde un espejo retrovisor, una larga ronda de fantasmas, lo que con grandilocuencia llamamos la humanidad: multitudes que fueron, que somos y serán, entrando a una casa que habitan y deshabitan la muerte y el tiempo a su antojo.
Juan Manuel Roca
Banda transportadora
Loco de amor
Como el guayo que piensa
En el balón
Como el balón que piensa en volar hacia el arco
Como el arco que piensa en el grito
Como el grito que piensa en el eco
Como el eco que piensa en la roca
Como la roca que piensa en el delirio
Como el delirio que piensa en el arrebato
Como el arrebato que piensa en el suspenso
Como el suspenso que piensa en las alas del poema
Como el poema que piensa en el arete
Como el arete que piensa en el ahorcado
Como el ahorcado que decora la ciudad
Y le saca la lengua a la rutina
Loco de amor
Adivina
Ahora que tienes en tus manos
la nobleza del viento
y la aguja del sol,
zurce con tus versos
la historia final de tus días.
Que nada te quede a la deriva,
aúna risa, mar y aroma,
pues todo cabe en el poema que te habita.
Reúne las cosas y dale música a tus días
con tus versos florecidos.
Acábese o no el mundo,
la fuerza que mana,
la fuerza que genera y da vida,
hacen de ti un ave encantada,
un ave de emocionados ritmos.
Toma el vuelo
que yace a tu lado cuando ríes
y no mires atrás al emprender el viaje
hacia tu centro,
que tu poema te llena de astros.
Tango
Haces un mapa de tu cuerpo con los pasos,
dejas en el aire el viento
y en la piel que rondan mis ojos
la mano impalpable que te añora.
Tras las paredes germina la brisa,
piélago absoluto,
armonía de flor que me genera.
Bailo con tu sombra
que tañe,
que gime la vieja melodía
desde tus pies,
desde tus manos que suben
como si fueses última.
Te circundo en la memoria,
el silencio es el otro ser
que también me habita.
Y bailo, no lo sabes:
danzo por el aroma
soñando tu danza.
Lázaro
Todas las mañanas hay un Lázaro,
asombrado se acurruca ante el amanecer
y piensa cómo son de infames los sueños.
Acaso algo en su interior
le recuerde que a lo largo de la vida
uno muere varias veces.
Y los Lázaros se levantan,
se preparan el desayuno cuando hay pan,
salen a la calle
a esperar que el deceso los rescate.
No he visto un sólo Lázaro feliz:
todos le reniegan a la noche
la mala puntería de la muerte.
Sólo algunos fantasmas anónimos
se burlan de su Lázaro,
saben que tras las sombras
siempre hay una tumba.
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