Violencia. Alejandro Obregón, 1962
Profanación
Cuando fuimos niños
Pudimos subir hasta la guaca y mirar el fondo sin asustarnos
El sinsabor del aire seco sabía ser compañero y traidor. Siempre van juntos. No lo olvides.
Sabíamos que no podíamos permanecer en ese estado de contemplación .
Subimos las peñas
y matamos algunas lagartijas
Callamos mientras escuchábamos un llanto casi inaudible
Callamos mientras pelamos fruta
Escupimos un poco de manzana vieja.
No pensamos que había más allá de las paredes de adobe.
Escribimos con saliva en el suelo de tierra.
Nuestro cuerpos en edad de nutrición eran flexibles
y pretendían empinarse.
Éramos pretenciosos frente a la Acequia de Pacanga y al algarrobo.
Ronald era un chico alto y muy , muy indio
El más indio de la clase. Cuando sonreía parecía que las garzas venían a su carpeta.
Y salían de su boca.
La chacra te hace puente y amigo de todos. En mi colegio había algo de eso, de hacernos a todos garzas.
Después vinieron otras palabras. Esa honda vergüenza por vivir en la calle Lima, o ser hija de chinos.
(O comprarse una blusa en la tienda Maruy).Pero siempre sentí que Ronald y yo hablábamos con las garzas.
Después que entramos a la guaca y rompimos las vasijas viejas supimos que ya nada sería lo mismo
El ritual de sentarnos al sol y meter las chaquiras en pomitos viejos llenos de aceite.
Compartimos una piedra, compartimos la luz marrón del desierto,
ese cuento de los extraterrestres posándose glorioso en la falda del cerro.
Hablamos muchas cosas sin sentido, solo queríamos saber que podíamos hilvanaban las palabras una tras otra, una tras otra como un collar de chaquiras
y también nos preguntamos si nos podíamos hilvanar los tres, tan diferentes de todos los demás chicos, tan indios, tan chinos, tan negros, pero tan poco creyentes.
Ese misterio de poder estar allí, los tres en silencio y luego escuchar decir cosas que nunca recordaríamos
Es lo único que nos conmueve año a año y nos pide mirar los pomitos con aceite, las chaquiras raquiticas sobreviviendo al tiempo.
Cuando rompimos la vasija, nos agarramos de la mano.
Uno de nosotros dijo,
-Dios no existe-
Yo te dije que moriríamos de algo terrible,
que pronunciamos algo que estaba prohibido en la montaña.
Daniel susurró que tendríamos que cantar toda la vida para sobrevivir los tres juntos
y Lito dijo que él se dedicaría a hacer dinero limpio para protegernos.
Esa fue la última vez que nos vieron.
Luego Ronald se elevó como las garzas y yo me quedé mirando la carpeta vacía.
El ocaso de los mistis II
Perú también tiene volcanes.
Las mujeres que se sientan en la oscuridad a la orilla del precipicio
han cambiado de horizonte muchas veces.
Los hombres ya no se interesan en ellas,
ellas hacen excesivas preguntas sobre la noche
tendidas cerca al vacío que provoca una náusea constante.
Los hombres prefieren juegos más previsibles
donde la almohada asegure albergar el peso del cráneo,
no pueden inventar una conjetura más para sobrevivir rutinas impuestas.
Los volcanes peruanos ajustan su propulsión
hasta el borde,
los nervios envueltos en hojas de plátano
(Casi como tamales que renuevan su propio condimento)
El eclipse contempla el ojo de los hombres
los empuja a la pregunta final sobre la yuxtaposición de una verdad natural
el toro se yergue
el cóndor cae por el precipicio
la luna roja habla de la soledad del alma
el alma ruge como un león-volcán que no teme el vuelo
en medio de cuarentraitrés cadáveres sopla un viento nuevo
y la radio sigue encendida, como si alguien estuviera escuchando.
Réquiem para mi cuñada
A Uba o la reproducción del amor bajo los puentes imposibles
Las tempestades no esperan para ser nombradas
nada es tan terrible como cuando el viento se propone robar a un niño
la fuerza con la que el mar levanta las veredas
exprime verdades mojadas por gaseosa
nada como un aullido casi seco
una mortaja está esperando tras las rocas
cuando menos te das cuenta…
Ella tenía una letra escarlata en el pecho, la llevó con humildad y pericia
sus hijos amamantados por la destrucción
escuchando la gotas agrias que escupían contra su caminar erguido
Nadie comprendía su acidez
sus minotauros
más generosa que el amanecer cuando rompe el cielo / el mar desgarrado en colores cálidos, hasta que se note cuan herido ….
amplia, ensanchada como una bitácora escrita en el lomo de un elefante inoportuno.
Los nombres aparecen en la boca del viento cuando crees que son innecesarios
la fuerza que traen los vendavales solo es previsible cuando empieza arrasando lo que encuentra a su paso
(las calderas son antiguas, la tradicional vajilla china traída de otro mar)
Ella quiso orinar sobre las estatuas mohosas de nuestras idolatrías.
como un caballo ciego
Sí, como el año lunar que la escudó los cincuentaitantos años que fue militante del amor.
Irrumpió huracanada
con sus mechas negras de Zaña y sus manos de sal cocinando potajes alumbrando
una casa llena de chinos dolidos, murientes, llenos de normas que se quebraban como tazas vieja
y si parir era su oficio, se presentó como una puerta a la alegría
tanto cobarde que anda suelto
tanta gente que teme medir sus deseos
tantos pueblos como el nuestro
llenos de burros cagando en las esquinas
lentos como nuestros pensamientos provincianos llenos de prejuicios.
Ella arrasó sin nombre, solo con su vientre y sus artefactos domésticos antiguos
azafrán, sazón, ají colorado
peces muertos en las piedras métricas de las cocinas interminables
las chacras sagradas de los terratenientes, como mi viejo, que tuvieron que huir de las botas de Velazco
y ella tranquila hizo niños, cada vez más bellos, dio amor y cocinó culebras, papayas, mató gallinas
embrujó nuestros estómagos y nuestras palabras vacías de Perú
Cuando el huracán llega, no avisa. Invade los espacios naturales como olas condimentadas de infierno
de azúcar negra.
Ella habitó entre nosotros, mostrando más fuerza que cualquier hombre que camina sobre las aguas, porque ella caminaba entre gritos, malestar, mal humor y letras escarlatas….
Letras de odio, entre chismes y la eterna mortaja expectante eligiendo
su próxima víctima
Imperceptible ella sigue allí, sabrosa, llena de azul y silicio
como piedras rugosas para limar talones
acompañando su prole, su marido, sus dinosaurios africanos
Nunca dio un paso atrás.
la tormenta sigue buscándole un nombre, por encima de los navegantes griegos y las madres corajes, sean de Rusia o de Argentina.
Nunca pidió nada que su útero no hubieran merecido .
Julia Wong Kcomt (Chepén, Perú, 1965) es poeta, narradora, gestora cultural. Sus más recientes poemarios son Un Salmón ciego (2008), La desmineralización de los árboles(2013), Un vaso de leche fría para el rapsoda (2015) y Oro muerto (2017). También es autora de los libros de cuentos o textos de prosa Margarita no quiere crecer (2011) y Lectura de manos en Lisboa (2012). Su novela Mongolia (2015) ha sido considerada como una grata sorpresa en la narrativa escrita por mujeres. Ha coorganizado el Peruba en Buenos Aires Argentina y el festival de poesía en Chepén. Uno de sus grandes logros ha sido gestionar exposiciones fotográficas en Hong Kong resaltando los vínculos de China con América latina a través de las migraciones asiáticas.
Algunos libros de la autora
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