El Líbano- Tolima. Colombia: 1960.
Escritor, editor y tallerista literario.
Libros publicados: "Sin puntos sobre las íes" (cuentos 1997); "Cruentos y adioses" (cuentos 1999); "La mirada sumergida, cuentos en el tiempo" (2001); "Sudor de sueño y otros textos" (2003); "Las horas muertas" (novela 2003); "La cita" (novela 2005); "El árbol imaginado" (novela 2010); "La Mascota de Kafka" (colección El Solar Universidad del Valle, 2012); "Mito Mineima y apuntes históricos sobre El Líbano" (Colección Cátedra El Líbano); "Viaje a la costa "(Selección de escritores colombianos traducidos al Alemán).
Otorongos
Veintitrés tapahuecos vinieron a cambiar nuestro pueblo.
Los tapahuecos ya habían salvado del juicio público a varios alcaldes de la capital del país; capital, cuenta la leyenda, a la que por cambiarle de nombre los españoles, la maldición del que era entonces su Zaque condenó a estar llena de huecos por todos lados y en todos los niveles. Gracias a que a las ciudades hoy no las rondan leyendas sino patrañas y contrataciones, a que las intenciones ya no son las mismas que en otras épocas, a que las religiones migran, trasmutan y hasta se emputan, lo que antes era maldición y ojeriza de indio, hoy es bendición y contrato bien visto; gracias a esto, creo yo, fue que los tapahuecos llegaron, y, como ungidos, se posaron en nuestra buena fe.
Se podría decir que fueron las continuas quejas de la iglesia católica las que pusieron en boca de todos sus arreglos, que lo de culpables de allanar el camino al infierno también fue rumor de curas, pero no, fueron los políticos. Ellos y no los curas vaticanos, muchos menos Google, fueron los de la idea de traer a los tapahuecos para ocultar los rotos que estaban a punto de derrumbar la administración municipal.
Fue un trabajo de genios el que hicieron.
Ya se podía sentir la llegada de mejores tiempos.
Tras la reelección del alcalde, los tapahuecos fueron despedidos con bombos y platillos, y las palomas, que tan mala impresión estaban dejando en estos nuevos tiempos, se sancocharon para la fiesta de celebración.
Para reemplazar a las aves se importaron los otorongos, especie peruana que habita en las troneras parlamentarias de ese país y que según las indicaciones que traen, se pueden mantener con un mísero presupuesto.
Es mejor que no
Como un viento que entraba muy de noche para irse de madrugada, llegaron y se llevaron a toda su familia sin motivo alguno. Ya sin nada, apenas con las palabras, busca una que oculte ese horrible hueco.
Para un agujero así, no hay duda: Olvido.
Pero el viento y la noche parecían tener memoria. Y desespero.
Celeridad
Habrá inundaciones en la mañana, advertía el informe, y esa mañana nuestro sector fue inundado por una canícula impresionante. Arroyos de luz y bochorno arrumaron los rincones provocando un húmedo estado de “Ya era hora que me tocara a mí”. Y la ciudad, que había estado tan segura todos estos años, fue tocada. Sus disposiciones no pudieron ser más pertinentes:
Coger El curioso color del colorado del poema La Lluvia de Jorge Luis Borges y sentirlo como nunca antes se sintió recorrido alguno.
En los campos de la poesía hay anuncios de lluvia.
Bajo anuncio
— ¡Qué hermosa ciudadanía! —, exclamó con orgullo el hombre. En sus ojos se podía apreciar el recorrido de los recuerdos; la música de su infancia le movía levemente los hombros. Había esperado muchos años para decir esto.
Y su voz y su mirada en verdad lo estaban habitando como nunca.
Pasó un hombre a su lado y rozó su exclamación, residenciándose también en ella. Era tan viejo como él y vestía como él. Los dos se fueron calle abajo observando la devastación. Hombres, mujeres y niños estaban tendidos en la calle, habían caído mientras buscaban refugio.
La condecoración que los dos veteranos portaban los había convertido en los únicos sobrevivientes.
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