La torre de Babel de Juan Hierro
Una nueva Babel
A Stefano Strazzabosco, que además de ser maestro en hormigués tradujo mis relinchos al italiano.
Asistí a un curso de verano, a un seminario del idioma hormigués. Debo decir que fueron muy claras y explicativas las clases impartidas por el filólogo y poeta Stefano Strazzabosco, pero no logré dominar el hormigués clásico, apenas un precario balbuceo del moderno.
Fui a las Galápagos con una bióloga francesa y a duras penas, tras muchas sesiones, comprendí algo del lento y aburrido tortugués, aunque ella logró traducir un fragmento del poema quelonio que se burla de Aquiles, un griego raudo pero torpe.
Desde entonces se me ha dado por descifrar códigos animales como un criptólogo espía.
Aprendí de manera un tanto chapucera, debo decirlo, la lengua de los cerdos y no piensen que sucedió en Cerdeña. Fue oyendo una piara gruñente de mi pueblo. Debo decirles que los porcinos se la pasan hablando de princesas, perlas y diamantes. Son muy poetas los cerdos.
Brinqué de emoción cuando aprendí los rudimentos del púlgaro, un idioma movido y gótico que salta de palabra en palabra en busca de una espesa cobija, de un abrigo de lana o de un perro callejero.
El ratonés es un argot o un dialecto que ha crecido a hurtadillas. Es como el mundo, opaco y raído. Una especie de esperanto despreciable, que ni siquiera está clasificado en las bibliotecas donde ellos, precisamente ellos, ratones y ratesas pasan el tiempo leyendo sin entender.
El cebraico demanda ser escrito en cuadernos rayados. Es un idioma entre barrotes. Alerto a quienes quieran estudiarlo: las cebras son bilingües, hablan en blanco y negro aún en los filmes a color.
Traté de acariciar un gato en un tenderete de frutos secos de Las Ramblas. El felino azabache me miró con desdén y apartó su mirada con recelo. Presumo que lo hizo a causa de mi pésimo gatalán de acento canino.
Ah, amigo pajarero, yo quisiera como los escaldos aprender de los cuervos su idioma agorero y antes que nada entender el mirlandés, ese idioma que se canta en las tabernas ebrias de Dublin y que sospechó mister Joyce.
El gacélico es lengua esbelta que se habla en las estepas africanas de manera veloz pues se trata de un idioma purista que odia ser cazado por sus depredadores.
No quisiera, de ninguna manera, despreciar el arañol, una lengua urdida en los rincones de las academias donde los arácnidos estudian las últimas palabras de las moscas poco antes de morir bajo sus leves mortajas de hilo.
Como verán, tengo unas extrañas relaciones insectuosas.
Comienza a interesarme lo que dicen los grillos y las chicharras del mediodía mucho más que lo que dicen los toscos y falaces humanos.
Juan Manuel Roca
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