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Foto del escritorRespirando el verano

"Palos recobrados" de Jaime Londoño

Actualizado: 14 oct 2018


Árbol de los cuervos. Caspar David Friedrich


Los fueron talando por encima de los niños que jugaban, por encima de los niños que hacían gimnasia o saltaban entre las ramas rotas para hacer ruido. De vez en cuando los obreros advertían con un grito siniestro: ¡Cuidado rama! Todo se callaba: los niños, los pájaros tristes desalojados por la sierra. Todo quedaba suspendido, como en un paréntesis, hasta que un leve crujido rompía el aire en dos. Luego el silencio se tornaba profundo, ya ni siquiera se oía el griterío de los carros en la avenida. El crujido fue en aumento hasta que se convirtió en un rasgar de hojas tristes que culminó con el latigazo que le dio fuete a otras ramas, al piso, a los polluelos, a los niños que lloraban porque ya no tenían sombra. Y lo que no tiene sombra no crece. Con la última rama cortada, con el último árbol talado se vinieron abajo todos los sueños que deseaban crecer como los árboles. También se vino abajo el proverbio chino que reza: “Siembra un árbol, escribe un libro”. Sin árboles no hay libros. Muchas cosas se vinieron abajo cuando los talaron: la palabra cama y el latido de las tablas entre sueños, la palabra techo con las vigas donde se sentaba el pensamiento a divagar, la palabra fuego y su lento crepitar en la memoria que lo añora. La palabra rama fue la primera en apagar su brillo junto con la palabra niño que dejo de balancearse en parque. La palabra pájaro no pudo hacer su nido ni la palabra ataúd volvería a cobijar la palabra muerte. Como empezaron a faltar tantas palabras, el alcalde no tuvo otro recurso que reemplazarlas por la palabra cemento, con tan mala suerte que como el cemento también da frutos, los habitantes de calle hartos del polvillo gris que le suministraban a diario empezaron a sacudir sus prendas con tal fuerza que las casas, las avenidas y los enseres empezaron a cubrirse con una capa mortecina. Al faltar la palabra madera, no pudo ordenar la fabricación de vigas para sostener su mandato. Ebrio de poder se fue a su casa a recordar los troncos secos que había dejado en los parques y en las avenidas, estaba preocupado porque la gente los estaba convirtiendo en la palabra garrote.


Jaime Londoño

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